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Pinky Swear I
- Daría todos mis dulces por saber que está pensando… - su juguetona voz hizo volver a la realidad al espadachín que estaba sumergido en sus pensamientos hasta que el joven aprendiz lo espabilo.
- No soy fanático de los dulces, Tobi-san – respondió dedicándole una mediana sonrisa al tiempo que se levantaba para encarar al joven aprendiz.
- No perdía nada intentando, Vallo-san… usted se veía tan concentrado que seguro pensaba en algo realmente importante… - dijo posando sus orbes violáceos sobre el pelinegro, quizás si tenía suerte lograría escuchar las sabías meditaciones de su superior.
- Hmm… - musito Vallo-Oh mientras su mirada se desviaba hacia el horizonte como si volviera a caer en la quimera que lo atormentaba antes de la llegada de Tobi.
El cielo estaba teñido de un hermoso color anaranjado producto de la escasa luz del sol que lograba escaparse del movimiento de rotación. En un par de minutos la magia de la vida volvería el firmamento azabache; un ciclo sin fin donde la luna y el sol se turnaban para embelesar a los observadores. La Aldea de la Niebla, estaba completamente cubierta por nieve; cada lugar, cada rincón poseía esa ausencia del color característico de su país. Los copos caían, y el frio como siempre reinaba.
Por primera vez en todo el tiempo que Tobi llevaba conociendo al excelso espadachín llamado Vallo-Oh noto incertidumbre en su mirada azulada, parecía que el shinobi buscada una respuesta que nunca llegaría y que con el paso de los días se volvía más y más indescifrable.
El joven de ojos violaceos deseaba ayudarlo pero Vallo-Oh no era la persona que mostraba sus debilidades o preocupaciones, ni siquiera manifestaba dolor cuando era herido y eso que en una misión que compartieron hace varios meses Vallo termino gravemente herido y… aun así su inexpresión se mantuvo en su rostro.
El mejor espadachín de todos los tiempos se podía definir como: distante, indiferente y sobretodo frio. Sin embargo Tobi sabía que debajo de toda esa fachada había un ser humano que podía preocuparse, reír, afligirse, sufrir.
- A-apenas soy un aprendiz de espadachín… y un shinobi en entrenamiento… tal vez no sea el más adecuado pero… - comenzó a decir con mucho nerviosismo – Cr-creo que a veces es bueno desahogarse con alguien, confiar en alguien lo que nos atormenta… eso ayuda… ayuda a quitar la presión y el peso de los hombros… - recomendó al tiempo que rascaba su cabeza, en ese instante Vallo volteo a verlo - … No, no, no digo que sea conmigo… ahí tiene a Haruhi-sama o a Tsunade… no tengo que ser yo – respondió rápidamente negando con ambas manos y avergonzándose aun más.
- Tobi-san gracias por tu inquietud pero no es nada… no te preocupes – le respondió pero aun así el de cabellos morados sabía que algo no estaba bien, que había algo que atormentaba a su admirado sempai.
Después de esa conversación, el joven aprendiz a espadachín no volvió a percibir ese vacío, esa preocupación en los orbes de Vallo-Oh… por lo que concluyo que tal vez solo sería una sensación pasajera… si tal vez él fuese insistido un poco más… quizás y solo quizás el futuro sería diferente…
- No soy fanático de los dulces, Tobi-san – respondió dedicándole una mediana sonrisa al tiempo que se levantaba para encarar al joven aprendiz.
- No perdía nada intentando, Vallo-san… usted se veía tan concentrado que seguro pensaba en algo realmente importante… - dijo posando sus orbes violáceos sobre el pelinegro, quizás si tenía suerte lograría escuchar las sabías meditaciones de su superior.
- Hmm… - musito Vallo-Oh mientras su mirada se desviaba hacia el horizonte como si volviera a caer en la quimera que lo atormentaba antes de la llegada de Tobi.
El cielo estaba teñido de un hermoso color anaranjado producto de la escasa luz del sol que lograba escaparse del movimiento de rotación. En un par de minutos la magia de la vida volvería el firmamento azabache; un ciclo sin fin donde la luna y el sol se turnaban para embelesar a los observadores. La Aldea de la Niebla, estaba completamente cubierta por nieve; cada lugar, cada rincón poseía esa ausencia del color característico de su país. Los copos caían, y el frio como siempre reinaba.
Por primera vez en todo el tiempo que Tobi llevaba conociendo al excelso espadachín llamado Vallo-Oh noto incertidumbre en su mirada azulada, parecía que el shinobi buscada una respuesta que nunca llegaría y que con el paso de los días se volvía más y más indescifrable.
El joven de ojos violaceos deseaba ayudarlo pero Vallo-Oh no era la persona que mostraba sus debilidades o preocupaciones, ni siquiera manifestaba dolor cuando era herido y eso que en una misión que compartieron hace varios meses Vallo termino gravemente herido y… aun así su inexpresión se mantuvo en su rostro.
El mejor espadachín de todos los tiempos se podía definir como: distante, indiferente y sobretodo frio. Sin embargo Tobi sabía que debajo de toda esa fachada había un ser humano que podía preocuparse, reír, afligirse, sufrir.
- A-apenas soy un aprendiz de espadachín… y un shinobi en entrenamiento… tal vez no sea el más adecuado pero… - comenzó a decir con mucho nerviosismo – Cr-creo que a veces es bueno desahogarse con alguien, confiar en alguien lo que nos atormenta… eso ayuda… ayuda a quitar la presión y el peso de los hombros… - recomendó al tiempo que rascaba su cabeza, en ese instante Vallo volteo a verlo - … No, no, no digo que sea conmigo… ahí tiene a Haruhi-sama o a Tsunade… no tengo que ser yo – respondió rápidamente negando con ambas manos y avergonzándose aun más.
- Tobi-san gracias por tu inquietud pero no es nada… no te preocupes – le respondió pero aun así el de cabellos morados sabía que algo no estaba bien, que había algo que atormentaba a su admirado sempai.
Después de esa conversación, el joven aprendiz a espadachín no volvió a percibir ese vacío, esa preocupación en los orbes de Vallo-Oh… por lo que concluyo que tal vez solo sería una sensación pasajera… si tal vez él fuese insistido un poco más… quizás y solo quizás el futuro sería diferente…
